En las últimas cuatro décadas, la economía global ha vivido un proceso de integración económica y financiera liderado principalmente por las economías más desarrolladas. En Europa, un esfuerzo histórico por fortalecer este proceso fue el tratado de la Unión Europea firmado en Maastricht en 1992. Dicho tratado creó una comunidad política de derecho, cuyo principio fundamental es el libre movimiento de bienes, personas, servicios y capitales. Políticas económicas más recientes orientadas a promover la integración financiera incluyen la Unión Bancaria, la cual consiste en un conjunto de iniciativas que, en respuesta a la crisis financiera global de 2008, busca crear un sector financiero más seguro y estable a través de una integración más profunda del sistema bancario de la Unión Europea.
El pasado 23 de junio, este proceso de integración global, y en particular el exhibido en Europa, sufrió un traspié de proporciones, a través de un referéndum donde los británicos decidieron abandonar la Unión Europea. Mientras la carta de triunfo de la campaña a favor del Brexit (palabra que combina Britain y exit) fue exacerbar los costos de la crisis migratoria en Europa, la campaña en contra de abandonar la Unión Europea no fue capaz de transmitir al ciudadano promedio los enormes beneficios de la integración regional en sus distintas facetas. Como resultado, los británicos han optado por privarse de muchos beneficios que actualmente disfrutan, pero que probablemente muchos desconocen que perderán como consecuencia del Brexit. Un número no menor de estos beneficios proviene de la integración financiera.
Literatura económica contundente ha demostrado empíricamente algunos de los beneficios de la integración financiera. Una mayor integración financiera tiende, usualmente, a reducir el costo del capital externo, fomentar una mayor profundización del mercado financiero doméstico, crear una mayor liquidez por los activos financieros, aumentar los retornos accionarios, ofrecer alternativas de diversificación del riesgo financiero, promover la inversión pública y privada, y mejorar la productividad de las empresas. En vista de estos beneficios, existe cierto consenso entre economistas que la integración financiera promueve el crecimiento económico de largo plazo.
La incertidumbre respecto de cómo se implementará el Brexit, así como el potencial retroceso en el proceso de integración financiera, ha producido la pérdida de algunos beneficios de manera inmediata. Por ejemplo, Standard & Poor’s bajó la calificación de riesgo en moneda extranjera de largo plazo del Reino Unido desde AAA a AA argumentando que el Brexit podría producir un deterioro en sus perspectivas económicas y un debilitamiento de su sector financiero. Por su parte, Moody’s empeoró las perspectivas crediticias de ocho de los 12 bancos que operan en Londres. Las acciones de dichas agencias clasificadoras de riesgo reflejan no sólo un futuro aumento del costo de financiamiento del Reino Unido, sino que también del costo de financiamiento de todos los agentes de la economía, lo que eventualmente reducirá sus oportunidades de inversión y, a través de este canal, de crecimiento económico.
Mientras la potencial pérdida de ciertos beneficios como consecuencia del Brexit ha producido reacciones inmediatas de los mercados, los costos potencialmente más importantes se podrán evidenciar solamente una vez que culmine el proceso de abandono del Reino Unido del bloque. En el ámbito financiero, estos costos serán mayores en la medida que las restricciones al libre movimiento de capitales (ya sean administrativas o basadas en los mercados) sean más estrictas. En otras palabras, el grado de dichas restricciones dependerá de cómo se administre y resuelva la nueva relación entre ambas partes. El Reino Unido podría optar por acuerdos bilaterales, tal como actualmente lo hace Suiza, que garanticen su acceso al mercado común de la Unión Europea en ciertos sectores (por ejemplo, el financiero) mientras preserva la independencia en otros. Otra opción sería suscribir un acuerdo al estilo de Noruega que integra el Espacio Económico Europeo, lo que significa adoptar la mayoría de la legislación de la Unión Europea respecto al mercado único europeo con exclusiones en ciertas políticas ligadas a temas tales como tributación, justicia, seguridad nacional y unión monetaria.
De manera de reducir los costos del Brexit en materia financiera, es crucial que la transición hacia un nuevo marco regulatorio que rija entre las partes involucradas considere el efecto benigno que el proceso de integración financiera ha tenido en el desarrollo de los mercados financieros de la región, así como el fortalecimiento de Londres como centro financiero global. Es importante, por ejemplo, que los policy makers tengan en consideración que actualmente un número importante de instituciones financieras de países fuera de la Unión Europea operan dentro del bloque desde Londres (el llamado passporting). Además, resulta vital que consideren que es difícil visualizar un futuro donde las transacciones de euros y bonos soberanos europeos se realicen en un centro financiero fuera de la Unión Europea.
Por el bien de todos, esperemos que la transición hacia una nueva relación entre el Reino Unido y la Unión Europea no sea una nueva bofetada al proceso de integración que los mismos europeos construyeron con esfuerzo y convicción.