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Democracia y tecnología: ¿Qué nos está pasando?

Columna de opinión: "Democracia y tecnología: ¿Qué nos está pasando?"

Si la injusticia y la desigualdad han sido una situación de larga data, ¿por qué estamos en una crisis hoy?. Una explicación poco considerada es que el desarrollo tecnológico está provocando cambios radicales en todos los ámbitos de la sociedad, acelerando los procesos sociales, los que son impulsados por el acceso a la información y a las comunicaciones.

Debemos asimilar que las nuevas generaciones viven en sociedades mucho más apresuradas, toman más decisiones por minuto que en el pasado. Este fenómeno de aceleramiento de la vida se puede percibir claramente cuando una persona traslada su vida de una ciudad pequeña a una grande, al revés cuando es en sentido contrario. Por otra parte, la democracia actual, o mejor dicho en su actual forma institucional, fue concebida hace dos siglos con la capacidad de procesar los cambios del orden social a la velocidad propia de esa época, a duras penas llegó el siglo pasado y ahora sencillamente no tiene la capacidad para responder a la actual velocidad de los cambios.

Desde una mirada sistémica, cuando un sistema complejo se acelera, los procesos que no se ajustan a la capacidad de producir a mayor velocidad, provocan una gran tensión con riesgo de colapso. Sistemas complejos estudiados, por ejemplo en biología y economía, comparten características interesantes: su evolución presenta ciclos de desarrollo y destrucción, así como cambios súbitos de estados o de fase.

Este escenario es análogo para los sistemas sociales. La tensión acumulada se regula en el proceso racional de adaptación y la resistencia institucional, lo que soporta la acumulación de tensiones de manera que el ciudadano común y las propias instituciones no logran percibir tal acumulación. Pero el sistema tiene una capacidad de acumulación que no podemos cuantificar y que, a pesar de que las instituciones democráticas siguen funcionando a su ritmo y, a veces, a uno un poco mayor, no están diseñadas para procesar tanta energía social acumulada, ni siquiera para procesar la actual tasa de cambios. Mirándolo así, como un sistema complejo, no sorprende que llegue un momento en que el sistema social se vuelve inestable, por razones que nadie logra identificar, y que colapse con una destrucción inimaginable.

Es decir, el sistema social está en cambio de fase por el desarrollo tecnológico y entramos en un estado de turbulencia. La sociedad se desborda y busca cauces alternativos, no institucionales, la violencia y destrucción son hoy manifestaciones palpables de este estado. Curiosamente, esto se alimenta de la energía social que todos los individuos aportamos por la vía de nuestras expectativas y sueños, nuestra propia velocidad de decisión cotidiana y las muchas acciones que realizamos con el uso de la tecnología móvil. No nos damos cuenta de cuánto hemos acelerado cada una de nuestras decisiones y acciones y cuánto se ha complejizado nuestro sistema social. Comparemos cuánto tiempo tomaba antes y hoy realizar un trámite, pagar una cuenta, ubicar a alguien, obtener una dirección o responder una pregunta curiosa, etc.

En el caso del Chile turbulento de hoy, observamos perplejos una falla en la respuesta institucional, una falla en la democracia que induce una gran desconfianza entre grupos sociales y de éstos con las instituciones. Nos sentimos en un remolino que nos impide identificar una dirección hacia alguna normalidad, no identificamos lo básico: arriba y abajo o norte y sur, no sabemos qué dirección tomar, ni a dónde vamos a terminar.

¿Qué hacer?

Pienso que debemos fijarnos en signos que hemos ignorado respecto de la influencia de la tecnología en la democracia o, al menos, no le dimos suficiente importancia. Refiero al fenómeno social más importante de este siglo, los movimientos sociales, a los que vale la pena entender mejor. Se caracterizan por su nacimiento espontáneo y rápida evolución, convocados a través del uso del celular y no apropiables por partidos políticos debido a su transversalidad, organizados con la simpleza de definir un tema social y un lugar de concentración; si prende tenemos un movimiento social nuevo, si no pasa nada, se olvida o posterga. No hay una organización ni burocracia, los documentos con las demandas se preparan a posteriori. O sea, un sistema efectivamente más democrático, ya que todo habitante puede usarlo y sumarse o no, pero que a la vez transgrede y rebasa el orden democrático actual de partidos, parlamentos y gobiernos. Como decimos, les raya la cancha y les define la agenda.

Reconozcamos que el movimiento social es una nueva forma de acción no-institucional a nivel mundial, que ya ha probado su poder de cambio en el orden social establecido. Con cada éxito logrado, se consolida su poder como mecanismo de poder y su capacidad de eficacia. Así, podemos pensar que, de hecho, estos movimientos son ya un nuevo poder, aunque no esté reconocido por la institucionalidad democrática, la que entregada a ese poder, asume y procesa, tardía y forzadamente, los cambios por la vía legal o administrativa usual, pero a mucho mayor velocidad de lo esperado debido a la presión de dichos movimientos. Por esta vía se ha pasado, inadvertidamente quizás, a reducir los plazos de las decisiones de varios años a solo meses y ha aumentado la frecuencia de reformas mayores.  

La respuesta histórica a estos estados de turbulencia social ha sido más y mejor democracia, es decir, más expedita y más directa, para lo cual la misma tecnología que la ha estresado, puede proveer la solución, para que todo habitante participe más y se reduzca el tiempo de procesamiento de las decisiones. El método es evidente y consiste en usar la tecnología para realizar diversas formas de consultas ciudadanas, con carácter vinculante o no, a toda la población o a un subconjunto de ella, en temas específicos. Podemos aprender, por ejemplo, de la experienca de Suiza en el uso del plebiscito definido en su constitución y convocable por la autoridad (por facultad) o por la ciudadanía con un número de firmas.

Esta innovadora democracia tecnológica permitiría institucionalizar los movimientos sociales, no por la vía de acallarlos, sino al contrario, por la de expandir la institucionalidad democrática para acogerlos, sin reemplazar la vía representativa que podrá seguir procesando los muchos temas de la sociedad y también coordinar los procesos de consultas. Por esa vía podemos resolver también el problema de entender y asumir a tiempo la creciente complejidad de nuestra sociedad, así como enfrentar el creciente alejamiento de los jóvenes en las votaciones. Por cierto que el desafío de acoger la tecnología en una nueva forma de más y mejor democracia no es menor, pero ciertamente es factible y digno de considerar, aprender del proceso, innovando y adaptándolo. Es, en suma, una respuesta de este siglo acorde a los serios desafíos que enfrenta la democracia hoy.

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