Este año comenzó con una primera semana de clases presenciales. Si nos remontamos a esos días, específicamente al viernes 13 de marzo, recordamos una jornada llena de esperanza y lucha, donde luego de una masiva asamblea nos dirigimos alrededor de 300 estudiantes a manifestar nuestro descontento con respecto a la situación nacional que vivíamos en ese instante. Estuvimos alrededor de seis horas en Av. Beauchef con Blanco Encalada, protestando a raíz del estallido popular que vivimos durante fines de 2019, el cual nos dejó una esperanza puesta en la lucha del pueblo por una vida digna, por una salud digna, por una vivienda digna y por una educación digna.
Durante ese fin de semana se notifica la suspensión de todas las actividades presenciales en el campus debido al brote de COVID-19 que vivíamos a nivel país. Rápidamente la FCFM se dispuso a modificar toda su actividad a la virtualidad, se prestaron equipos, chips de internet, etc., pero ¿fue esto suficiente? Lamentablemente no, ya que la educación no se puede reemplazar por una reunión por Zoom ni un video por Youtube.
Nuestra realidad cambió radicalmente. Si calculamos la suma de las horas lectivas y las horas de dedicación fuera del aula en época de presencialidad versus las que actualmente tenemos en este periodo remoto, en el mejor de los casos las horas de trabajo frente al computador aumentaron 2.5 veces y en el peor, incluso tres veces a las horas en presencialidad.
Lo anterior es un ejemplo de la profunda deshumanización de nuestra vida universitaria, la cual se reduce solo a pasar horas frente al computador y lo demás no importa. Pareciera que la finalidad última de cada uno es producir como si fuéramos máquinas de tareas y controles. Hemos sido testigos en carne propia de cómo el sistema educativo funciona en torno al negocio y la mercantilización, donde la prioridad está en la realización de la clase y no en el aprendizaje que debería obtener de esta. Sumando a esto que las universidades no han sido un aporte sustancial de la crisis sanitaria en Chile, cabe preguntarnos ¿para qué sirve lo que estudiamos?, perdiendo así muchas veces la vocación y el incentivo de esta, lo cual genera una mayor incertidumbre.
Como estudiantes de la Facultad de Ciencias Físicas y Matemáticas de la Universidad de Chile y con el mismo ímpetu y ganas de cambiar este país con las cuales partimos el año académico ese viernes 13 de marzo, con las mismas ansias de cambiar nuestra realidad y la del pueblo chileno, lucharemos por un educación digna, donde no seamos deshumanizados ni caigamos en la pasividad impuesta por el sistema. Seamos estudiantes comprometidos con nuestra educación y aprendizaje, ese es nuestro desafío y la apuesta a la que hoy debemos tributar, para que el día de mañana nuestra educación sea fundamental en la construcción de un Chile justo y digno para todas y todos.