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proceso constitucional
Pablo González

Columna de opinión

El momento histórico que no fue: Y ahora, ¿qué hacemos?

El momento histórico que no fue: Y ahora, ¿qué hacemos?

En momentos en que el mundo está convulsionado, la tragicomedia chilena del cambio constitucional parece un chiste de mal gusto. Concebido como una respuesta al estallido social, el proceso constitucional era un escenario soñado por quienes quieren desmantelar el “modelo neoliberal”, en el cual encasillan también la estrategia de crecimiento con equidad de la desaparecida Concertación. Sin embargo, estos grupos jamás intentaron definir con qué querían sustituirlo; no como individuos que tienen ciertos sueños, sino como una comunidad que delibera sobre el futuro. El espacio de la Convención Constituyente ya era muy tarde y el resultado es parte de la historia. Por el momento no deja lecciones aprendidas y sus responsables sostienen que la gente no entendió la propuesta.

El tercer acto comienza con un primer borrador consensuado por expertos de distintos sectores. Sin embargo, los nuevos representantes electos, ahora con mayoría del extremo opuesto –que ya no está asustado por la derrotada asonada marxista–, no cumple la palabra empeñada (“una que nos una”) y aprovecha su oportunidad para sacar pequeñas o grandes revanchas. Como los sátiros en las comedias, no es poco lo que arriesgan: un segundo rechazo.

Entonces se alza el coro, que advierte que seguir discutiendo la Constitución genera incertidumbre y ahuyenta la inversión. Convengamos al menos que no es lo único que espanta a los inversionistas, es más un síntoma que una enfermedad. La enfermedad de no poder poner a Chile primero, al bien común antes que a los intereses personales; al largo plazo antes que a la ganancia circunstancial.

Aquellos que aspiran a mejorar la sociedad harían bien en sacar las lecciones de los fracasos recientes y empezar a deliberar sobre un futuro posible que no sea una mera suma de utopías individuales inalcanzables, y ofrezca crear valor en vez de solo redistribuirlo. Aquellos que ven en el cambio solo amenazas y totalitarismos de izquierda harían bien en participar de esa deliberación para hacer ver su punto de vista y reconocer el de sus adversarios, porque todo sistema social es perfectible. Este proceso debe ser permanente, pues es la esencia de la democracia.

Después de todo, la Constitución es un medio, no un fin. ¿Un medio para qué? Para hacer posible el país deseado. Ese que aún no nos atrevemos a debatir, pese a que el futuro deseado, contrariamente a la Constitución, lo entiende todo el mundo. Y no hay ningún país que haya alcanzado el desarrollo recientemente que no lo haya hecho. Porque para lograr el desarrollo no basta con el mercado, porque las inversiones privadas vendrán solo cuando el Estado haya realizado las propias: la conectividad, los servicios básicos de calidad, los consensos económicos, sociales y políticos, la cohesión social, los líderes cívicos y los servidores públicos eficaces e intachables, las instituciones sólidas, el Estado de Derecho, la reconciliación nacional. La incapacidad de avanzar en ese sentido seguirá socavando la democracia y favoreciendo el extremismo. ¿Es ese el camino que queremos transitar?

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