Por Cristina Espinoza C.
El término inteligencia artificial (IA) surgió formalmente en una conferencia académica en la U. de Dartmouth, EE.UU., en 1956. Ya antes, en 1950, el científico británico Alan Turing había propuesto su “juego de imitación” para evaluar si una computadora podría engañar a las personas haciéndoles creer que se estaban comunicando con otro ser humano; Christopher Strachey (Inglaterra) y Dietrich Prinz (Alemania) habían desarrollado el primer programa de inteligencia artificial que permitía jugar a las damas contra una máquina (1951); y el estadounidense Marvin Minsky había construido la máquina SNARC (Calculadora de refuerzo analógico neuronal estocástico, en inglés), el primer simulador de redes neuronales (1951).
Si bien el campo continuó desarrollándose hacia diversas áreas, un hecho que alcanzó notoriedad mundial ocurrió en marzo de 2016, cuando el programa informático AlphaGo derrotó a un campeón mundial del juego de origen chino Go, mucho más complejo que el ajedrez. Un hito para la inteligencia artificial, que había estado probando con los juegos desde sus inicios, pero tras lo cual hay mucho más.
La IA busca crear sistemas o máquinas que puedan simular o aprender comportamientos humanos inteligentes, como el juicio y la toma de decisiones. Esta imitación del pensamiento y la acción humanos requiere del análisis de muchos datos y del entorno; se puede enseñar a las máquinas a aprender de ello y lograr, por ejemplo, vehículos que no necesiten un conductor. Hoy mismo, la IA está rápidamente entrando en los hogares de la mano de Siri, el asistente de voz de Apple, y sus símiles, el Asistente de Google y Cortana (Microsoft), o Alexa (Amazon), que incluso puede controlar varios dispositivos inteligentes.
También está presente cada vez que buscamos un producto en Google y luego decenas de anuncios comienzan a aparecer en cada página a la que entramos; en el sistema para determinar qué objetos astronómicos requieren ser observados por los grandes telescopios; para predecir cómo deberían estar distribuidos los muros en una construcción; en una réplica virtual de la planta de chancado de una minera; y en las redes sociales, por ejemplo, como veremos en esta edición de Beauchef Magazine. Estas últimas, áreas en las que los científicos nacionales ya están trabajando.
“En los últimos años, Chile ha desarrollado fuertemente su capacidad para llevar a cabo investigaciones de alto nivel con un fuerte componente de IA. Por ejemplo, la cantidad de académicas y académicos que contribuyen, usan o desarrollan técnicas de IA en sus propias investigaciones ha ido en constante crecimiento en nuestra facultad y a nivel nacional”, indica Alexandre Bergel, académico del Departamento de Ciencias de la Computación (DCC) de la U. de Chile y coordinador del diplomado en Inteligencia Artificial de la FCFM.
“La necesidad de usar técnicas de IA representa una extraordinaria oportunidad para generar nuevos enlaces entre grupos de investigación de diferentes ámbitos. Estoy pensando particularmente en grupos de ciencias sociales, de educación, de medicina y de ingeniería. La IA es una oportunidad para facilitar discusiones dentro de grupos que tienen inicialmente diversos intereses”, agrega el académico.
No obstante, si bien existe investigación y desarrollo en algunas universidades nacionales, y hay interés en la industria, “faltan especialistas validados”, agrega Néstor Becerra, académico del Departamento de Ingeniería Eléctrica (DIE), cuya investigación se centra en inteligencia artificial, integración social y colaborativa humano- robot, procesamiento de voz y aplicaciones multidisciplinarias. “La relación empresa-universidad aún es incipiente. Para los ciudadanos comunes ya empieza a observarse una mejora en algunos servicios, pero también la automatización de ciertas labores”, agrega.
Bárbara Poblete, académica del Departamento de Ciencias de la Computación (DCC), investigadora del Instituto Fundamentos de los Datos (IMFD) y Amazon Visiting Academic, indica que hace varios años existen investigadores e investigadoras trabajando en esta área, pero de a poco se han consolidado en grupos de trabajo más estructurados y grandes, lo que va a permitir hacer innovación a nivel nacional. “Hace poco se adjudicó el primer Centro Basal en IA del cual formo parte como investigadora principal; centros como este van a permitir hacer transferencia tecnológica y fomentar colaboración entre universidades nacionales para hacer desarrollo de nivel mundial. Por otro lado, tenemos la iniciativa D&IA de la Facultad, que busca consolidar al equipo de académicos/as que se relacionan con el área —que son bastantes—, ya sea del punto de vista de ser usuarios de tecnologías de IA, como también desarrolladores de la tecnología. Tener estos nichos nos va a permitir avanzar como país en desarrollar nuestra propia tecnología acorde a la realidad local, y no solo comprar soluciones genéricas desde afuera, lo cual en IA es súper importante”, sostiene.
Ciencia y ficción
El cine nos ha mostrado la IA de diversas maneras —unas más bondadosas que otras— incluyendo a HAL (2001: Una odisea del espacio); Skynet (Terminator); J.A.R.V.I.S. (Iron man), Ava (Ex Machina) y hasta Wall-E, ejemplos que alcanzan niveles de inteligencia similares a los humanos y, en algunos casos, se rebelan contra ellos, alimentando mitos sobre este tipo de investigación que están lejos de lo que en realidad se está haciendo.
“Esto de que las máquinas se rebelan contra la humanidad es ciencia ficción. Lo que ya está empezando a ocurrir es que muchas labores se están automatizando. Y no estamos hablando únicamente de trabajos poco especializados como se cree muchas veces. Basta ver los sistemas de traducción”, señala Néstor Becerra.
La adopción de técnicas nuevas siempre fue una fuente de miedo y escepticismo, agrega Alexandre Bergel. “En el siglo XVIII, el uso de maquinaria textil en Manchester generó una ola de miedo fundado en reemplazar empleos por máquinas. Lo que ocurrió en realidad fueron cambios en las ofertas de trabajo y lo que se enseñaba en las universidades y escuelas. Cuando aparecieron las máquinas textiles se generaron muchos empleos nuevos para construir, mantener y operar estas máquinas, y había que formar empleados con nuevos conocimientos”, sostiene.
Bárbara Poblete agrega que si bien existirán trabajos que podrían no ser necesarios en el futuro con la IA —lo que tiene una serie de ventajas, como evitar errores humanos—, “esto no significa que las personas nos vayamos a quedar sin trabajo; la idea es fomentar que las personas vayan adquiriendo nuevas habilidades, como, por ejemplo, aprender a supervisar y auditar estos sistemas”. La investigadora subraya que la IA no debería funcionar de manera autónoma sin intervención de humanos en su ciclo, al contrario, es clave que estos estén siempre para verificar que las técnicas sean aplicadas de manera correcta, y en beneficio de las personas.
En la actualidad no hay indicadores que muestren un impacto negativo de la IA en los empleos y, de hecho, se le atribuyen potenciales impactos positivos en las áreas de transporte, gestión, salud y educación. “Se predice que la IA repercutirá en un significativo y positivo impacto en la economía mundial. La consultora Accenture, que hizo una estimación del impacto de la inteligencia artificial en 12 economías desarrolladas, concluyó que la IA puede doblar las tasas de crecimiento en menos de 20 años en estos países. Además, se dice que el uso de IA puede aumentar la productividad laboral en 40%”, indica Bergel.
En Chile, la “Política Nacional de Inteligencia Artificial” publicada por el Ministerio de Ciencia, Tecnología y Conocimiento e Innovación destaca que la evidencia internacional muestra que en el largo plazo la adopción de nuevas tecnologías podría representar también una oportunidad para generar nuevos empleos y aumentar la productividad de un país, lo que ha ocurrido con otras revoluciones industriales en la historia. “Sin embargo, la adopción de la IA no solo hace posible automatizar tareas rutinarias o que requieren elevados niveles de cualificación que hasta ahora no era posible, sino que cambiará la naturaleza de muchas ocupaciones. En este sentido, las personas no solo deberán reconvertirse, sino que también actualizarse y adaptarse a la interacción humano-máquina que será creciente en diversas áreas”, indica el informe. En esa línea, la política señala que el Estado colaborará con el sector privado en la promoción de medidas e inversiones para “mitigar el impacto en la vida de las personas y contribuir a que los cambios sean para mejorar su bienestar futuro”, asegura.
Los límites éticos
Como oportunidades y beneficios para la sociedad, la inteligencia artificial también presenta riesgos asociados a derechos humanos como la dignidad, privacidad y la no discriminación arbitraria, por ejemplo, lo que ha motivado el debate ético alrededor de temas como la generación o amplificación de sesgos no deseados en algoritmos o el desarrollo de sistemas de vigilancia basados en reconocimiento biométrico, entre otros.
“La incorporación de la IA y la consiguiente automatización de actividades o funciones trae consigo ciertos dilemas éticos. No es fácil el equilibrio entre fomentar el desarrollo de IA y la definición de los límites éticos. Esto se ha contemplado en la política de IA”, sostiene Néstor Becerra, quien fue parte del comité de expertos que asesoró la Política Nacional de IA.
“La IA es un área científico-tecnológica con un fuerte carácter aplicado que tiene y tendrá un gran impacto en las próximas décadas en todo el mundo. Era muy importante contar con una política que pudiera estructurar y priorizar los diferentes aspectos de la IA para que los gobiernos futuros puedan establecer acciones concretas y focalizar recursos”, agrega el investigador.
De acuerdo a Becerra, la política de IA no aborda únicamente los aspectos del desarrollo científico- tecnológico, sino también temas que son esenciales para los ciudadanos como el mercado laboral y los derechos individuales. “Esperamos que ésta sea una política de Estado, transversal al color político del gobierno de turno. Que pueda generar resultados reales como la inserción de Chile en el mundo como un actor relevante en IA, facilitando el bienestar de la sociedad con crecimiento económico y mejores empleos, respetando los derechos de las personas y otorgando nuevas oportunidades a toda la nación”, subraya el especialista.
La labor del comité de expertos terminó con la discusión de los comentarios y sugerencias recibidos al documento, que se hizo público a finales de 2020, y la consiguiente elaboración del documento final, cuyo lanzamiento oficial se realizó el 28 de octubre.
“Chile no es el primer país en definir su estrategia nacional. Por ejemplo, Francia definió su estrategia basado en tres líneas: la IA al servicio de las empresas, investigación en la IA y ética en la IA. Los tres ejes considerados por el Ministerio de Ciencia están bien alineados con las estrategias tomadas a nivel internacional, como las de Francia”, dice Bergel.
Bárbara Poblete confía en que la IA tiene el potencial de impactar de manera positiva en la sociedad, permitiendo liberar tiempo —ahora utilizado en tareas repetitivas o automatizables— para que las personas puedan adquirir nuevos conocimientos y hacer actividades más creativas, por ejemplo. No obstante, previo a una política nacional formal, la IA ya nos está impactando de formas que no conocemos. “He visto, por ejemplo, que Carabineros ha licitado sistemas que utilizan IA para reconocimiento facial, y también hay varias aplicaciones que están siendo utilizadas en el ámbito público y privado que pueden estar impactando a las personas. Sin embargo, no existe conocimiento transparente de cuáles son ni qué ámbitos afectan, ni si su uso está justificado. Entonces, lo importante de que avance la IA en Chile sea de la mano de su uso responsable y ético”, enfatiza.