Saber que, según Unesco, aproximadamente el 99% del agua dulce en estado líquido del planeta se encuentra en las napas subterráneas puede ser esperanzador ante un escenario de sequía, sobre todo en Chile, donde la crisis hídrica lleva afectando al territorio desde hace más de diez años. De hecho, por este motivo y por la creciente demanda, su extracción se ha hecho cada vez más recurrente en nuestro país; sin embargo, esta solución tampoco es la panacea. Según el Informe mundial de las Naciones Unidas sobre el desarrollo de los recursos hídricos 2022, en relación con las aguas subterráneas, “a pesar de su enorme importancia, este recurso natural no se suele comprender lo suficiente y, por consiguiente, se subestima, se gestiona mal e incluso se sobreexplota”.
Desde el 2017, la doctora en Hidrogeología, académica del Departamento de Geología de la Facultad de Ciencias Físicas y Matemáticas de la Universidad de Chile y directora académica del Centro Avanzado para Tecnologías del Agua (Capta), Linda Daniele, junto a investigadores e investigadoras y estudiantes, ha encabezado una línea de estudio sobre las aguas subterráneas de nuestro país, donde busca caracterizar el estado del agua y los acuíferos -formaciones geológicas compuestas por rocas permeables que permiten almacenar y transferir agua en sus poros, fisuras o grietas- en la zona central.
La investigación se está desarrollando en el sector de San Felipe, Región de Valparaíso, y se ha enfocado en la circulación de agua en roca fracturada. “Nos dimos cuenta de que erróneamente se consideraba a toda la cordillera, tanto de la Costa como la de los Andes, con una baja o nula importancia hidrogeológica, es decir, se descartaba como un ambiente propicio para la circulación y acumulación de agua subterránea”, indica Linda Daniele, quien además es investigadora principal del Centro de Excelencia en Geotermia de los Andes (CEGA).
Al ser Chile un territorio geológicamente activo, la cordillera de los Andes contiene fallas y redes de fracturas que aumentan la permeabilidad de las rocas, adquiriendo propiedades hidrogeológicas que favorecen el ingreso y la circulación de aguas subterráneas. “Pudimos establecer cómo las fracturas permiten, en algunos casos, que el agua baje hasta los valles. También, que en la zona donde fracturas y fallas se intersecan, crean un volumen de roca favorable a la circulación y transferencia de agua desde las zonas altas, y que los valles de media montaña, así como los manantiales, tienen un rol importante en el recorrido del agua desde la alta montaña y su traslado hacia cotas menores”, explica, agregando que, por tanto, “no podemos simplemente separar los acuíferos —cuyo límite estaba sesgado a los materiales detríticos de los valles— de la cordillera de los Andes. Hay una dependencia de esos acuíferos, de los procesos de recarga que ahí ocurren de manera natural”.
Con estos resultados han podido avanzar en la creación de un modelo conceptual sobre la hidrodinámica de estos acuíferos. “La configuración hidrogeológica que hemos visto en San Felipe es replicable y trasladable a otras zonas de Chile central como la Región Metropolitana, lo que es muy relevante porque es una zona donde hay más de siete millones de personas. Nuestros resultados hablan de una pauta de funcionamiento que está basada en un contexto geológico que no es único de San Felipe, que se puede extrapolar al resto del país, obviamente limitada a las condiciones que requieren evaluaciones de terreno detalladas para definir exactamente el funcionamiento de cada acuífero”, sostiene.
Disminución de las aguas
Es importante comprender que el agua subterránea es parte del ciclo hidrológico, producto de las precipitaciones y el deshielo que se filtra por el suelo hasta alcanzar los acuíferos, por lo que el destino de este recurso también está directamente relacionado con lo que sucede en la superficie, tanto por razones naturales como antropogénicas. “Con los datos oficiales sabemos que las aguas subterráneas están sufriendo un deterioro importante y rápido. Datos oficiales de todo Chile central, hablan de la relación entre la megasequía y el descenso de los niveles de agua subterránea. Por tanto, la sequía no solo disminuye el agua en los cauces de los ríos, sino que modifica también todos los procesos de recarga de las aguas subterráneas”, explica la académica.
Pero la sequía es una parte del problema. El aumento del uso de las aguas subterráneas sin una suficiente regulación ha complicado la situación aún más. “Estamos extrayendo como si estuviéramos haciendo una minería de agua, sacando los recursos subterráneos y agotando las reservas, que en muchos casos tienen tiempos de residencias y tránsito mayores a los de una vida humana media. Es una situación bien preocupante y que pasa casi siempre de soslayo, porque como el agua subterránea no se ve, se tiende a separarla de lo que ocurre arriba, y en realidad, todo está estrechamente relacionado”. Esto mismo ha hecho que en los últimos años se haya generado una carrera por los derechos del agua subterránea en Chile. “Los datos oficiales dan cuenta del fuerte incremento de derechos otorgados en las últimas dos décadas, sin tener un mayor conocimiento de los sistemas subterráneos”, agrega.
Asimismo, explica la hidrogeóloga, esta situación no sucede solo en la zona en estudio, “prácticamente todos los datos que estamos comprobando en Chile central revelan sobreexplotación, que en realidad es un vaciado —con todas sus consecuencias— al que no le estamos dando la importancia que amerita”.
Estas consecuencias podrían ser complejas y afectar más allá de la escasez de agua. Aunque aún no se han evaluado en profundidad en Chile, en otros países existen ejemplos de los conocidos procesos de subsidencia, en los cuales, al vaciarse los acuíferos, las rocas se reordenan y comprimen, generando un hundimiento progresivo de la superficie que puede afectar la estabilidad de toda la infraestructura y bienes presentes.
La base es el conocimiento
En junio de 2022, la Contraloría General de la República publicó un informe en el que establece que la Dirección General de Aguas, dependiente del Ministerio de Obras Públicas, en los últimos cuatro años no había adoptado medidas para prevenir o evitar el agotamiento de agua, verificando la falta de implementación de una red de estaciones para el control de calidad, cantidad y niveles de las aguas, tanto superficiales como subterráneas, que permitiera tener conocimiento completo del recurso existente en el país.
“Esto es un problema conocido desde hace mucho tiempo. No puede ser que no tengamos datos, que no tengamos monitoreo continuo que nos permita tomar mejores decisiones con respecto a nuestros recursos hídricos. Los volúmenes de extracción se establecen sobre modelos de los acuíferos que no siempre incluyen todos los complejos procesos de funcionamiento que están en estudio”, explica Linda Daniele.
Reducir esta brecha de conocimiento requiere de estudios que permitan observar directamente lo que ocurre en profundidad, como los que encabeza la académica del Departamento de Geología, quien también lidera un proyecto que consiste en la perforación de un pozo profundo de 500 metros en la zona de San Felipe, con el fin de medir estas aguas profundas que desde los Andes se trasladan silenciosamente hacia los valles. Igualmente, junto a sus colaboradores, están realizando una investigación en Laguna Verde, Región de Valparaíso, evaluando el rol de las fallas y fracturas en la circulación de agua subterránea en áreas costeras para establecer la relación agua dulce-agua de mar.
“Los acuíferos son sistemas a los que no tenemos acceso; son muy variables. La estructura misma que hospeda esta agua desde el punto de vista de la geología puede cambiar mucho de un lugar a otro. Por lo que hace falta un seguimiento constante para evaluar bien cuál es la situación de estas aguas subterráneas. Entender de dónde vienen, cuánto tiempo tardan en llegar a los lugares donde la sacamos, cómo están relacionadas con las aguas superficiales se torna muy relevante para hacer una gestión integral sostenible en el tiempo, y para eso se necesitan acciones contundentes, prioritarias y sistemáticas”, concluye la académica.