A principios de 2022 la palabra racionamiento rondó por el país. Aunque el anuncio de la Superintendencia de Servicios Sanitarios (SISS) se centraba en las comunas de mayor consumo y menor ahorro de agua de la Región Metropolitana (Vitacura, Las Condes y Lo Barnechea), el concepto provocó alarma, sobre todo, en la zona central, afectada ya por casi 13 años de sequía.
La llamada megasequía, déficit de precipitaciones que ha permanecido de forma ininterrumpida desde 2010, impacta desde la Región de Coquimbo a la del Biobío; mientras la baja sostenida en el nivel de lluvias más al sur viene desde la década de los 60. Ambas transcurren en un periodo en que todos los años se rompen récords de temperatura, exacerbando el déficit hídrico, debido a la evapotranspiración.
El panorama para las próximas décadas no es más alentador. “Las proyecciones de cambio climático indican aumentos de temperatura en Chile, disminución de las precipitaciones en gran parte del territorio nacional y, por lo tanto, una disminución del caudal medio anual de hasta un 50% para algunos de nuestros ríos”, advierte el hidrólogo Pablo Mendoza, académico del Departamento de Ingeniería Civil (DIC) de la FCFM.
Los modelos climatológicos indican que nos estamos moviendo a una nueva normalidad donde el territorio será más seco que en las décadas pasadas. “La forma de moverse de la atmósfera ahora está generando que zonas que típicamente eran muy áridas se estén desplazando cada vez más hacia el sur. Esa condición de aire seco está alcanzando ciudades como La Serena, Coquimbo, Ovalle o Santiago. Como la zona seca se está moviendo hacia el sur, el espacio donde antes circulaba mucho aire húmedo se está estrechando y eso hace que precipite más en las zonas más australes del país”, explica Miguel Lagos, hidrólogo, docente del DIC e investigador del Centro Avanzado de Tecnología para la Minería (AMTC).
Ha llovido tan poco en los últimos años que da la sensación que 2022 ha sido particularmente más húmedo en la zona central. Sin embargo, todavía estamos lejos de lo que se considera precipitación normal para gran parte del territorio, por lo que el déficit continúa en muchas zonas del país (ver infografía).
El climatólogo René Garreaud, académico del Departamento de Geofísica y director del Centro de Ciencia del Clima y la Resiliencia (CR)2, indica que el déficit de precipitaciones en Santiago, por ejemplo, llega al 44%. En Curicó es el 40% y en Chillán, 30%. “En general se ha mantenido el panorama. Este déficit de más o menos 30% ha sido la tónica desde el año 2010 en la zona central. Así que, lamentablemente, continuamos muy parecido a los años anteriores”, señala.
Aprendiendo para el futuro
Llama la atención el cambio en el régimen de precipitaciones de Chile central, porque históricamente presentaba una variabilidad de años muy secos y otros muy lluviosos. “Cualquier década hacia el pasado vas a encontrar esa característica, pero la última década ha tenido cero años lluviosos”, indica Garreaud.
Estamos experimentando hoy las condiciones que, debido al cambio climático, se proyectan para el futuro. Aunque no toda la megasequía es causada por el fenómeno global.
“Los modelos climáticos –que ya tienen adecuados los niveles de gases de efecto invernadero– señalan que la disminución de precipitaciones en este periodo debería ser de menos del 10%, pero en forma sostenida hemos tenido déficits de 30% o más. Hay una discrepancia muy grande entre lo que indican los modelos, la señal del cambio climático y lo que realmente ha ocurrido, porque una parte importante de la megasequía todavía es variabilidad natural, asociada a la mancha cálida y oscilaciones de origen natural en el océano que tienen repercusión importante en el hidroclima de Chile y en este bajón tan dramático en los últimos años”, explica el climatólogo.
La actual sequía es un adelanto de lo que será el clima del futuro y, por lo tanto, lo que se aprenda de ella debería servir como preparación para las próximas décadas con escasez hídrica. Esto implica varios desafíos. “En particular, cómo mejoramos nuestras proyecciones de volumen disponible de agua al inicio de cada temporada de deshielo y cómo se gestiona el agua disponible, particularmente en períodos de escasez hídrica prolongada”, señala Pablo Mendoza. Para ello es crucial comprender la diversidad hidrológica nacional, de manera de lograr proyectar cómo el ciclo hidrológico se verá impactado por el cambio climático.
A juicio de la hidróloga Ximena Vargas, académica del Departamento de Ingeniería Civil, y quien ha liderado la actualización del balance hídrico nacional, es necesario revisar los caudales ecológicos, esto es, el volumen de agua considerado necesario para conservar el funcionamiento ecológico de un río, preservando tanto hábitats para la flora y fauna, como sus funciones ambientales. Hoy, en la mayoría de las zonas, el caudal ecológico y el caudal destinado para agua potable son definidos de manera estadística (con datos del pasado), aunque todos los años son diferentes, lo que será aún más variable en el futuro. “El caudal del futuro será inferior, va a faltar agua para satisfacer el agua potable también y creo que no se han hecho las modificaciones necesarias. No se ha visto cómo se modificarán los derechos asignados con respecto a estos valores probabilísticos”, indica la académica.
La actualización del balance hídrico nacional permite determinar la disponibilidad futura de estos recursos, por lo que es una buena fuente para calcular las probabilidades futuras. “Pero falta la parte más legal, porque los derechos están asociados a caudales pasados, que serán menores en el futuro. Claramente lo que se puede hacer con esas magnitudes de caudal futuro no es lo mismo que se puede hacer hoy. Va a tener que restringirse, mejorar los rendimientos agrícolas o ver cómo vamos a almacenar el agua para poder satisfacer los requerimientos. Hay que analizar cómo se construyen embalses y cómo los embalses que hoy tenemos se comportarán en el futuro con las nuevas series de tiempo que se tienen proyectadas”, enfatiza.
Respecto a la institucionalidad, agrega, también se requiere analizar cómo se gestionarán los recursos de las cuencas en el futuro; “que se definan con todos los usuarios que están involucrados en el uso del agua, porque se privilegian muchas veces los que están en la parte alta, por la forma que tiene la asignación de los recursos hoy en día”, asegura.
Glaciares y aguas subterráneas
La evidencia recopilada hasta ahora muestra que el calentamiento global acelerado durante las últimas décadas está afectando fuertemente todos los reservorios de agua congelada del mundo –casquetes polares, hielo oceánico, glaciares de montaña y nieve estacional–. “En términos de la disponibilidad de agua y seguridad hídrica en climas mediterráneos, sin duda los cambios en la dinámica del manto de nieve estacional, que por ejemplo en Chile central representa en torno al 75% del total de escorrentía anual, deben ser motivo de preocupación, análisis y mayor entendimiento, dados los impactos encadenados que podríamos percibir en tanto funcionamiento de ecosistemas, sistemas productivos agrícolas y abastecimiento de agua para la población", señala James McPhee, académico del DIC y subdirector del Centro Avanzado de Tecnologías para el Agua (Capta).
Con las reservas cordilleranas en retroceso, en los últimos años se ha recurrido a las aguas subterráneas, sobre las que aún se ha hecho poca investigación. “Lo que estamos haciendo es sobreexplotar. Ya hay pruebas de que estamos sacando muchísima más agua de la que entra a los sistemas subterráneos, entonces esto significa que estamos agotando y además con desconocimiento, porque no conocemos bien cómo funcionan los acuíferos, con las implicaciones que tiene”, advierte la hidrogeóloga Linda Daniele, académica del Departamento de Geología y directora del Capta.