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El debate científico que sigue generando el terremoto de 1960

El debate científico que sigue generando el terremoto de 1960

El 22 de mayo de 1960, el sur de Chile fue azotado por uno de los terremotos más violentos de la historia. El evento, que afectó desde la Península de Arauco hasta la península de Taitao, registró una magnitud de momento sísmico aproximada de 9.5 y produjo un maremoto de grandes proporciones que arrasó principalmente con Valdivia, Corral, Puerto Saavedra, Isla Mocha, Maullín, Ancud, Castro, entre otras localidades.

Pero el terremoto no solo remeció el suelo bajo nuestros pies, sino que también conmocionó a la comunidad científica internacional, refundando las Ciencias de la Tierra.

"El terremoto de 1960 de Valdivia ocurrió en un momento crucial en el desarrollo de las geociencias", señala Raúl Madariaga. "Fue una ocasión impactante, una experiencia de vida. Quedamos marcados por eso", complementa Francisco Hervé, investigadores de los departamentos de Geofísica y Geología, respectivamente, de la Facultad de Ciencias Físicas y Matemáticas de la Universidad de Chile, en una entrevista del programa ROCADICTOS, de Radio U. de Chile.

La primera mitad del siglo XX se caracterizó por un periodo de búsqueda y experimentación para saber cómo funcionaba el interior de la corteza terrestre. La teoría de la deriva continental –la idea de que las masas continentales se desplazaban sobre el manto de la Tierra–, formulada por el alemán Alfred Wegener, en 1915, había encontrado muchos críticos. Y la tectónica de placas, que explicaba la estructura de la litósfera y una diversidad de sucesos geológicos –como los procesos volcánicos o la formación de cadenas montañosas–, era una idea que aún no encontraba consenso en la comunidad científica.

"Hasta ese momento, la gente pensaba que los terremotos eran un fenómeno superficial, en el que estaban involucradas masas de lava a poca profundidad", dice Madariaga. "Fue muy llamativo porque el evento de Valdivia generó un movimiento profundo en las Geociencias", complementa Hervé.

Ambos investigadores hablan desde la experiencia. En esos convulsionados años sesenta, Hervé y Madariaga eran jóvenes estudiantes de Geología e Ingeniería Civil en la Universidad de Chile, formados académicamente bajo la hipótesis del geosinclinal, teoría desarrollada a fines del siglo XIX y que intentaba explicar la formación de las montañas. La idea, formulada por los geólogos estadounidenses James Hall y James Dwight, planteaba que la corteza era fija y que sufría procesos de enfriamiento y contracción, lo cual era un argumento muy convincente para explicar la formación de las cordilleras y océanos.

Sin embargo, el terremoto de Valdivia de 1960 y el terremoto de Alaska de 1964 vinieron a reafirmar lo que se sospechaba hace años: que la corteza terrestre no se movía por contracción como proponían Hall y Dwight, sino por procesos de desplazamiento de las placas continentales y oceánicas.

En otras palabras: que el suelo bajo nuestros pies no era fijo, sino que presentaba un movimiento continuo a lo largo de millones de años.

El científico alemán Alfred Wegener ya había planteado la idea del desplazamiento en su polémica obra "El origen de los continentes y océanos" (1915), en la cual describía, por ejemplo, las similitudes geológicas de las costas atlánticas de Sudamérica y África, la cual lo llevó a concluir que ambos continentes habían estado unidos en algún momento del pasado y que se habían separado con el correr del tiempo.

La teoría fue resistida e incluso desacreditada, por ser considerada imposible desde el punto de vista físico, pero tuvieron que pasar cerca de 50 años para se convirtiera en consenso científico. 

Todo por una falla

Francisco Delgado, académico del Departamento de Geología, explica que en la década del sesenta "la red de monitoreo sísmica era prácticamente inexistente y no había sistema alerta de tsunamis, por lo que el acceso a información sobre el terremoto fue casi inexistente".

De ahí que el trabajo de George Plafker, geólogo norteamericano, fuera tan importante. En 1964, el científico estadounidense había estudiado el terremoto de Alaska con mucho interés y en 1968 visitó la zona sur de Chile donde, con huincha de medir en mano, se propuso tomar registro de las variaciones verticales en las líneas de costa a raíz del terremoto de Valdivia.

Visitó los humedales de la zona de la desembocadura del Calle Calle y las islas del sur de Chiloé y gracias a ese trabajo, pudo describir una falla de 1.000 km de largo y 60 km de ancho, que corría de norte a sur a través de la costa chilena, con un desplazamiento de 40 km.

"La visita del científico George Plafker a fines de la década del 60 fue clave, porque examinó la zona de subducción y gracias a él se pudo confirmar que la Placa de Nazca se introducía bajo Chile", dice Madariaga.

En base a observaciones y mediciones minuciosas, el norteamericano ofreció una interpretación que cambiaría el curso de la geología: Plafker planteó que la falla era una "zona de convergencia", donde la placa oceánica se introducía (subductaba) bajo la placa continental.

Fue gracias a estos trabajos, en Chile y Alaska, entre muchos otros, que fue posible confirmar aspectos de la teoría de la tectónica de placas, dar sustento a la teoría de la deriva continental y reivindicar, de paso, el trabajo de Wegener más de cincuenta años después.

Toda una generación de científicos se volcó hacia el estudio de la Tierra. En 1968, en la conferencia de la American Geophysical Union (AGU), se presentaron tres artículos fundamentales (esteeste y este) que confirmaban la teoría de la tectónica de placas.

Posteriormente, una serie de investigaciones permitieron caracterizar a las rocas metamórficas, que se supone están relacionadas con eventos sísmicos. "Hay una historia geológica que se puede recopilar a partir de la información que nos entregan esas rocas, porque se forman en las profundidades, en la zona donde interactúan las placas", dice Hervé, quien tomaría ese ámbito como campo de investigación.

Durante los sesenta, el director de tesis doctoral de Raúl Madariaga, Keiiti Aki, desarrolló un método para calcular el momento sísmico y a partir de ahí se comenzó a entender cómo se producían estos eventos y la energía que liberaban.

Un terremoto que aún genera debate

De tal magnitud fue el terremoto de Valdivia que sus ondas de impacto incluso se pueden sentir hoy. De hecho, una investigación de Francisco Delgado se propuso debatir una idea que rondaba hace un tiempo en parte de la comunidad científica: que el terremoto de Chiloé del año 2016 (el más grande en la zona desde el terremoto de 1960) correspondía a una liberación de energía acumulada con anterioridad al terremoto de Valdivia.

"El terremoto de Valdivia fue el evento sísmico más grande de la historia, por lo que la idea de que haya quedado energía acumulada era bastante cuestionable", dice el investigador. Gran parte de esa idea, dice, se fundaba en la poca instrumentación que existía en la década del sesenta, pero de todas maneras generaba inquietud y curiosidad en la comunidad científica.

En octubre de 2022, Delgado, junto a académicos del departamento de Geofísica U. Chile, publicaron un paper Fully joint inversion of the 2016 Mw 7.6 Chiloé earthquake en el Geophysical Journal International.

El trabajo se centró casi exclusivamente en el análisis de fuentes de información e instrumentación moderna (GPS, cGPS, InSAR y datos de mareógrafos) para ver su relación con los datos del terremoto de Chiloé. "Este trabajo vino a refinar trabajos previos y gracias a él definimos que la idea que relacionaba a Chiloé con Valdivia no era correcta", dice.

El trabajo concluye textualmente: "La hipótesis de estudios previos de que el terremoto de Chiloé liberó energía acumulada antes del terremoto de Valdivia no está respaldada por el conjunto de datos geodésicos, sismológicos y de tsunamis. Por lo tanto, el terremoto de Chiloé probablemente liberó toda la tensión acumulada en el área de ruptura desde el terremoto de 1960".

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