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Patrimonio, memoria y desastres socionaturales: Los desafíos para una cultura de la sustentabilidad

Patrimonio, memoria y desastres socionaturales

Desde el año 2022 se conmemora en Chile el Día Nacional de la Memoria y Educación sobre Desastres Socio-Naturales, fecha establecida cada 22 de mayo para recordar a las víctimas de los desastres pasados y educar en torno a la prevención y reducción del riesgo. En su edición 2023, el Programa Riesgo Sísmico (PRS) de la Facultad de Ciencias Físicas y Matemáticas de la Universidad de Chile, inauguró la ruta de los saberes y patrimonios en Santiago, instancia que invita a recorrer la ciudad y conocer las huellas que han dejado desastres pasados como terremotos, incendios y aluviones, entre otros.

A través de un recorrido por lugares como la Iglesia San Francisco, el Mirador del Río Mapocho, el Museo Casa Colorada, el Teatro Municipal de Santiago, el Centro Sismológico Nacional, la Basílica del Salvador, el Cerro Santa Lucía, entre otros, se propone comprender el pasado, aprender de éste y construir futuras sociedades sustentables.

¿Por qué es importante conocer la historia de los desastres socionaturales? Para Juliette Marin, investigadora en patrimonio del PRS, por su ubicación en el contexto andino, Chile está expuesto a importantes fenómenos geofísicos que afectan los territorios, paisajes y sociedades. Por lo tanto, un desafío principal es construir las ciudades considerando los recurrentes eventos extremos que van a afectar a las estructuras, al mismo tiempo que se desarrollan técnicas de preservación, conservación e intervención.

Explica la investigadora que la ocupación del espacio y la historia de las urbanizaciones en América Latina ejemplifican una relación dialéctica entre los territorios y sus riesgos. Entonces, existen varias dimensiones en la relación entre patrimonios, memorias y estos fenómenos. 

Por un lado, el patrimonio cultural inmueble ocupa un papel relevante en la composición de los territorios y se vincula con la identidad de las comunidades. Son edificaciones importantes de mantener, pero altamente vulnerables a los sismos y otras amenazas, ya que generalmente han sido construidas antes de las normas de diseño sismo-resistentes, con materiales de débil comportamiento sísmico como el adobe.

Por otro lado, explica Marin, nuestros patrimonios son moldeados por los desastres: “La arquitectura vernácula (es decir, aquella construida por no-experta/os) conoce procesos adaptativos de innovaciones y exposición a diversos eventos, e integra así un aprendizaje y memoria colectiva a partir de desastres pasados”. 

Así por ejemplo, eventos como el terremoto de Valdivia de 1960 reconfiguraron el paisaje a escala regional, mientras que otros sismos llevaron a importantes avances estatales, como la creación de la CORFO después del terremoto de Chillán en 1939.  

Una tercera dimensión es la expresada a nivel cultural: “Los desastres del contexto andino forman parte de un patrimonio común que se expresa por medio de nuestras culturas, creencias y concepciones. Ejemplos de ello son los mitos ancestrales como el relato mapuche las dos serpientes Kai Kai y Treng Treng, que explican la ocurrencia de terremotos y tsunamis”.

“El arte y nuestras culturas también están marcados por los grandes desastres que hemos vivido, desde la poesía de Gabriela Mistral hasta los cantos populares post terremoto de Chillán de 1939, pasando por el famoso trago "terremoto", el humor o la leyenda de la Quintrala”, puntualiza la investigadora.

Comprender estas relaciones permite entender la memoria como un componente estratégico, que adopta diferentes formas en la reducción del riesgo de desastres. Así, los catálogos sísmicos y las normas constructivas cobran relevancia, ya que son prácticas de memoria colectiva puestas al servicio de la prevención de desastres. 

Entendiendo esta realidad, desde 2018 el Programa Riesgo Sísmico ha levantado una línea de investigación sobre patrimonio, con el objetivo de proponer metodologías para estimar la vulnerabilidad sísmica de estructuras patrimoniales, contribuir en la formación de estudiantes y desarrollar intercambios y colaboraciones con universidades e instituciones públicas para fortalecer nuevos aprendizajes.

La apuesta es abrir los espacios de diálogo no solo al contexto académico, sino que también a distintos públicos, a través de actividades abiertas como la ruta de los saberes y patrimonios en Santiago. “Con estos recorridos activos pretendemos generar conocimiento sobre el territorio, para que las comunidades que lo habitan puedan nutrir las “cartografías del riesgo” y transformarse en fuentes de gran valor para la comprensión de sus propias geohistorias”, finaliza Juliette Marin.

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