Noticias

Columna de opinión

La tragedia de la evasión

La tragedia de la evasión

En noviembre de 2015 Transantiago alcanzó su nivel de evasión promedio más alto: 28.9%. En un análisis más detallado publicado por investigadores de la Universidad de Chile, con datos de 2013 se estima que la evasión de primera etapa (gente que aborda un bus sin saldo en la tarjeta y que después recarga su tarjeta en una estación de metro) es de 5% de los viajes bus-metro, mientras la evasión en buses es de un 34% de los viajes que se hacen solo en bus (sin combinación con metro). Estas cifras hablan de la incapacidad del sistema de controlar la evasión en el pago y de cuan arraigado está el problema, que nos avergüenza como país si se compara con los niveles de evasión mucho más bajos en otros sistemas de transporte público con un nivel de formalización comparable a Transantiago.

En la práctica existe la evasión circunstancial, aquella que se da porque no hay saldo en la tarjeta Bip y el punto de carga es muy lejano o aún no abre. También se tiene este tipo de evasión cuando el bus está muy lleno y el conductor, tácita o explícitamente, autoriza la subida por puertas traseras (la vieja conducta de pasar monedas de mano en mano se extinguió y prácticamente nadie hace eso con su tarjeta Bip). La evasión circunstancial hay que distinguirla de la evasión dura, aquella en que el usuario decide no pagar de antemano, en todas las etapas de su viaje. El riesgo que toma en cuenta una persona cuando decide evadir depende de dos factores: probabilidad de ser descubierto (fiscalización) y nivel del castigo al que se ve expuesto el infractor (valor de la multa, sanción social). Para los evasores duros, este riesgo percibido es muy bajo, lo que explica los altos índices de evasión.

Una evasión del orden de 25-30% es insostenible. Es un problema grave por múltiples razones. Primero, los ingresos del sistema disminuyen significativamente; en el régimen actual de Transantiago se le paga a las empresas operadoras por kilómetros recorridos y por pasajeros transportados pagados, es decir, por aquellos que validan su tarjeta Bip. Un pasajero que evade no es registrado por el sistema y por lo tanto no hay pago al operador por él, o sea, no hay efecto financiero inmediato. Pero el impacto en las arcas fiscales viene en el mediano plazo, pues al haber menos recaudación aumenta la presión por aumentar el pago a los operadores por cada pasajero que sí usa su tarjeta, y es por este mecanismo que parte del subsidio del sistema – que debiera ser utilizado en mejorar la calidad del servicio – se va a financiar la evasión.

El mensaje que padres dejan a miles de niños y jóvenes cuando evaden el pago o usan fraudulentamente la tarjeta de estudiante de sus hijos es también penoso: que evadir y hacer trampa es algo normal y hasta aceptado socialmente. Y pensando en el 2017, si no baja el nivel de evasión actual, es posible que éste actúe como un desincentivo a la participación de más empresas operadoras de buses en la futura licitación de servicios de Transantiago, lo que afecta la competitividad de tal licitación. El problema de la evasión es tan serio, que no se entiende por qué el gobierno no hace un estudio a fondo, no solo técnico-ingenieril sino que también sociológico, para entender las causas de la evasión en detalle, es decir, saber qué porcentaje de la evasión se explica por factores técnicos o sociales, y así determinar qué medidas serán las más efectivas para combatirla. ¿Cuánta gente evade porque considera que el costo de viajar es un porcentaje alto de sus ingresos, o porque no tiene ingresos? ¿Cuánta gente evade con la excusa de protestar contra el sistema, porque “Transantiago es malo”? ¿Cuánta gente evade porque “todos roban”? No lo sabemos, mientras vemos rayados en las calles llamando a evadir y un rapero con un amplificador hace lo mismo en el metro.

¿Qué hacer? Podemos elucubrar y proponer un paquete de medidas, tanto operativas, financieras, de diseño y legislativas para combatir la evasión. Reducir la evasión circunstancial aparece como la tarea menos complicada, con medidas como aumentar los puntos de recarga de la tarjeta, imponer que los buses circulen a intervalos regulares de forma de reducir el hacinamiento e implementar más zonas pagas. También se debe analizar los efectos financieros de tener una tarjeta de transporte de pago mensual y viajes ilimitados, con la cual se evita la evasión circunstancial.

Reducir la evasión dura, aquella de gente que considera como un derecho adquirido no pagar por Transantiago, es lo más difícil. Es esperable que un subsidio focalizado en la demanda, como abonos en la tarjeta Bip de los usuarios de menos recursos, aumente en alguna medida el porcentaje de pago de la tarifa. Si bien la efectividad de esta medida en reducir la evasión es difícil de predecir, tiene otros beneficios sociales al hacer el transporte más barato para los usuarios de menos recursos que sí pagan. Cambiar el engorroso sistema actual de fiscalización, en que tiene que haber carabineros presentes y los evasores pueden terminar no pagando la multa, es otro punto clave. Y por supuesto está el tener una sanción más dura, realmente obligando a los evasores a pagar una multa. Éstas son sólo algunas de las medidas que se proponen y discuten actualmente, pero sin un diagnóstico claro de la raíz del problema, estimar el efecto de medidas como éstas en reducir la evasión es un ejercicio casi puramente especulativo, de ahí que urge un estudio serio sobre este problema antes de tratar de implementar medidas de solución. Lo que está claro es que durante 2016 la evasión debe bajar, por la sustentabilidad del sistema de transporte público.

Galería de fotos

Últimas noticias